Muestra Palacio, por Mariano Dorr, 2010

Sumergida en la exploración de territorios cotidianos habitados por la ambigüedad, la obra de Mariana Lopez tiende –sobre el espacio de su representación- un manto insospechado: la imagen onírica del despliegue ascendente. Caligrafías estrelladas, pesadas estructuras, alambrados, un pañuelo desenvuelto, configuran un relato en el límite de la desaparición –del objeto, de la figura, pero también de la desaparición del objeto de toda figuración-, interrogando el orden de los fenómenos, deshilvanando la presencia de lo presente como retorno de lo dado, doblez. Provocación de un desplazamiento; deriva de las referencias; errancia, pasaje o traducción de una esencia vacante a la efervescencia multicolor, ebullición de la transparencia.

El sostén material de la imagen tiene en la película acuosa de la burbuja su expresión mínima. La forma esférica y llena de aire u otro gas, sensible al reflejo evanescente y la fragmentación del instante, opera en el conjunto de la obra de Mariana Lopez ofreciendo un resto inclasificable en la abundancia del desborde: espuma cristalizada, justo antes del estallido, a la búsqueda del azar del reflejo, ahora mil veces expuesto, ocultando el origen desenfrenado que bulle en hervor o solución jabonosa. Cambio de estado, exaltación del derroche, revés de la higiene.

Burbujas sobre burbujas, proliferación de horizontes y ventanas abiertas a la propia cancelación y reposición de la imagen burbujeante, dejan leer “Maricel” -sobre otros términos desgastados, ¿en una pizarra?- como una única organización cartográfica, donde el nombre de mujer es primero la excusa de un circuito, el trazo de un método de interrogación, a la espera no de respuestas definitivas sino de probables constelaciones. Figuras para armar, ilusión de un rostro reaparecido en el entramado efervescente.

La infinita proyección sobre la superficie líquida de la mónada visita su inverosímil en la humilde imposibilidad de una burbuja en blanco y negro, hasta la hipótesis extrema, apenas repetida, de una bola negra (¿de bowling?); una por encima del centro, otra por debajo, sumiendo a la comunidad de esferas en el más indescifrable desconcierto, inesperada familiaridad de lo siniestro. Registro de lo extraño que encuentra su grado cero en la pareja de ascensores junto a una escalera mecánica (cuya pareja fantasma brilla espejada en el acrílico de su banda izquierda), dispositivo industrial de distribución de los cuerpos.

Palacio es la condición de posibilidad –en clave arquitectónica- de toda construcción imaginaria, donde una conciencia en principio vuelta sobre sí misma –mónada, burbuja, letra- es llamada o sorprendida en su interioridad como refugio de otras interioridades igualmente atravesadas, haciendo del cierre (la esfera) una máscara más en el pliegue de lo real.