MARIANA LÓPEZ, SU PROPIA VANGUARDIA, Juan Laxagueborde. Revista Segunda Época número 9





A veces su razón es transparente y se ríe por lo bajo de los argumentos que busca el espectador ansioso, ese que vive agendado a su propio tiempo alienado. Con esa razón notable y primera Mariana López apela a que se la comprenda en la pura materialidad de la operación. De ahí que alguna vez haya agregado un piso de parquet pintado con óleo que jugaba con la idea de madera en la sala de arte francés del siglo XVIII del Bellas Artes, durante un Bellos Jueves, a la que solo podía uno asomarse, sin poner un pie. O que haya colgado en Klemm una serie de pinturas-repasadores en varillas de hierro, como si se estuvieran secando, con la forma de un sistema de primeros, segundos y terceros planos intercalados, como un coro de imágenes mudo. Si digo materialidad y operación es porque parecen salir dos flechas de la palabra Obra con esas dos palabras. Como si hubiese armado un cuadro sinóptico simple en un pizarrón que todavía no borró, para recorrer y repetir su propósito fundamental todos los días. De esa serie (Obra-operación-materialidad) surge un desencaje que pasa a desarrollar en su otra razón.

Para inventarse esa otra razón toma el concepto de operación y lo ejerce para contarnos con movimientos simples cómo es que se puede ser curiosa a la vez que se trastorna el campo de la curiosidad. La operación por excelencia de Mariana es la investigación. Es una artista que investiga porque, como esa palabra lo indica internamente, busca vestigios, rastros de palabras y formas perdidas. Lo hace con una intención llana de experimentación y preguntas. Como si pensara: otros investigaron, operaron, manipularon, incidieron. Florentino Ameghino, Leopoldo Lugones, Simone Weil, el grupo Fluxus, Ricardo Rojas, Quinquela Martín, Ángel Di María y tantos que me interesan. Yo, ahora, voy a recorrer esos trayectos, con los cinco sentidos más el arte (que me aporta el sentido de la ocurrencia en serpentina) y voy a contarlo. Después, sin querer queriendo, voy a terminar haciendo dos cosas, como una maga etnógrafa y metida. Por un lado, voy a haber contado qué es una montaña, una institución pública, una muestra fría de arte contemporáneo, un bibliorato, una recepcionista a punto de jubilarse, una momia tehuelche, una ciudad, un edificio de los años 30… Pero no voy a haber contado solo eso. De la forma de contarlo saldrá lo que significa para mí. De repente, de la foto estática de la realidad saca un movimiento, resumiría así su método.
La obra de Mariana se levanta del vacío de la historia cuando se naturaliza en partículas que se entrometen en la vida cotidiana de un estudiante, un trabajador, un bohemio licencioso. Es inmaterial y material a la vez. Son unos monolitos imaginarios que Mariana arma, pule y decora en las frases de sus conjeturas y proyectos. El resultado concreto del movimiento de la investigadora que pregunta, anota libreta en mano y cuelga de su mochila deportiva una computadora o un manual sobre cualquier especialidad, frente a los mármoles del saber y los recursos semióticos de la modernidad. Hace de la modernidad un asunto liviano, del que se puede aprender, preocuparse y disfrutar. Esta operación está cercana a la posmodernidad pero no alcanza. Habría que encontrar una palabra nueva que traduzca los propósitos de Mariana.

Esos monolitos toman forma, por ejemplo, de libros. Hace cinco años salió Museo, donde puso todos los sentidos en el mismo plano para buscar la comedia dramática del Museo de Ciencias Naturales de La Plata, una institución creada en 1880 para ubicar a la Argentina en las eras del cosmos y contarle a los niños los diferentes tipos de cielo (una instalación que era un cielo pintado sobre una tela finita que parecía infinita porque colgaba del techo con un motor que la movía, como mordiéndose la cola), poner en vitrinas escarabajos, mariposas, y fósiles artificiales, desarrollar investigaciones en mineralogía y botánica para el bien de la población, etc. Mariana narra con recursos variopintos (poesía, listas, transcripciones, fotos, glosas de sucesos, pequeñas biografías) los ecos del propósito totalizante y la confianza humanista del Estado, que hasta no hace tanto confiaba en demostrar la presencia de la humanidad regulando todo, omnisciente como los propios funcionarios que fundaban lo que se les venía a la mano bajo las palabras higiene, educación, nación o progreso, con resultados distintos que llegan hasta hoy. Mariana cuenta los sedimentos de la institución en un coro loco de oralidad y restos de sentido. Museo es un libro abierto que trabaja con el diálogo entre los objetos, lxs trabajadores del lugar, el papelerío, las piezas arqueológicas y la discusión siempre museográfica entre representación y verdad, entre historia y construcción. Es un libro sobre las contingencias de la investigación también. De ahí que abreva de nuevo en su teoría general del arte no escrita, la expresa y la hace crecer.

Este año salieron dos libros complementarios, que vienen dentro de un sobre con aspecto de expediente, a los que acompaña una tercera encuadernación, un facsimilar de los expedientes que Mariana estuvo pesquisando. En estos tres tomos breves Mariana cuenta sus resultados de investigación en torno a la Encuesta Nacional de Folklore de 1921, impulsada por Ricardo Rojas. El Estado enviaba a todos los colegios del país indicaciones para que las maestras recopilen a través de los chicos y de su conversación con lxs vecinos todo tipo de saberes populares orales. Cada maestra registraba eso a su manera, con su caligrafía, dibujos, pinturas, esquemas, anexos de partituras, etc. Son cientos de tomos de las respuestas que las maestras daban sobre las costumbres, mitos, organización cotidiana de las vidas y hábitos.
Mariana es la que cuenta lo que le contaron a las maestras lxs alumnxs o habitantes. Las maestras lo contaron, a su vez, en los expedientes, al Ministerio de Educación del gobierno de Yrigoyen. Esos expedientes son los que indagó Mariana en el Instituto de Antropología de la UBA, en el barrio de Belgrano, donde descansan.

Mariana cuenta además las particularidades en las que resultó su investigación, como en Museo. Más que definir qué se encontró, qué no y cómo queda la cuestión investigada a partir de su conclusión, como acostumbra el orden académico, tiene una prosa constelar y dialógica con las particularidades del entorno y la elocuencia de lo que fue a investigar. Es el reflejo de un trabajo con papeles y con una institución menos compleja que el Museo de Ciencias Naturales. Mariana se cruza siempre con la misma gente, escucha siempre los mismos ruidos, a veces sufre por el aire acondicionado o alguna decisión administrativa, pero todo parece estático alrededor. Menos la propia encuesta, a la que va leyendo sin poder leerla toda. En un tomo (Muerte y Miseria) rescata leyendas, curanderismos, costumbres, a las que transforma en indicaciones, en la saga de Lygia Clark, Yoko Ono o Jimena Croceri. En el otro (Los guantes de goma) cuenta las vicisitudes de la búsqueda, en un cuaderno de bitácora donde se nota que lo suyo no es el afán de completitud exhaustiva y excluyente de la ciencia.
En Los guantes de goma se refiere a la cuestión de las vanguardias y su relación con la encuesta, una lectura a mi juicio fundamental, arriesgada e inolvidable. Algo parecido había contado antes en una conferencia que dio en la casa-museo del propio Ricardo Rojas, esa casa mitad incaica mitad española, sobre la calle Charcas, con la fachada de la casa histórica de Tucumán y los óleos de Bernaldo de Quirós o Alfredo Guido. Mariana contó esa tarde que descubrió que la encuesta era la gran obra de vanguardia:
“Al mismo tiempo algo que me impulsó mucho a trabajar ese material es que la encuesta es absolutamente contemporánea al surgimiento de lo que se llama las vanguardias históricas. Yo veo una conexión muy fuerte con la encuesta como una obra que nunca llega a constituirse como tal y que parece muy difícil de recorrer y de leer, con el cuestionamiento de los códigos literarios y artísticos que en ese momento proponía la vanguardia. Entonces tal vez la obra de vanguardia más extrema y tal vez más contemporánea argentina sea precisamente esta encuesta que encontró un lugar de preservación pero que a diferencia de las vanguardias históricas no está museificada.”
Este hallazgo es particularmente trascendente. Si no reformula la historia del arte argentino, le pone un palo en la rueda bastante notorio a las historias más repetidas. Se parece en sí mismo a un hecho de vanguardia y proviene de la investigación. Decir que la encuesta es de vanguardia, es un hecho de vanguardia. Mariana trabaja con lo que ya existe, que a su vez había sido un proceso no de creación sino de compilación de lo que ya existía en la memoria popular y cuestiona, si le sumamos su reivindicación del hecho colectivo de la encuesta, no solo la idea de objeto burgués fungible, sino la de autor. Ahí el arte cumple el papel de leer no obviamente la historia y en ese desfasaje de interpretación genera sentido, rompe algún sentido común con el lenguaje habitual y entonces. Por todo esto también es que se parece mucho a una vanguardia, la suya. Mejor dicho las suyas.

Lo bueno de esta época que se termina de imponer luego de las elecciones, pero que había empezado a empezar un par de años atrás, a la que podría llamar época de vara baja, es que para estar a la altura hay que hurgar en los fondos de las ollas del tiempo y del arte, con curiosidad y cierta resignación creativa, Se pueden hacer otras cosas, pero interrogar al pasado no parece una mala idea. Más que nada si queremos dar con códigos nuevos para ver la novedad social conservadora de refilón, con sus rasgos de repetición y opacidad. ¿Qué es todo esto? No se sabe bien y excede a la política. Solo podemos ver pedazos de la sombra contemporánea. Mariana insta a levantar signos un poco en el azar de las herencias culturales apelmazadas y otro con la mente fresca del ni idea presente que se proyecta con poca expectativa al futuro. Como el arte no es cronológico ni progresa, como el arte siempre está a punto de pegarse la cabeza contra sus propios fantasmas prehistóricos, es que podemos encontrarlo sin ton ni son en cualquier lado, en un diálogo complicado con el presente y contra él. No estoy diciendo, como hipótesis recientes tratan de instalar, que el arte ve lo que la sociedad no ve. Todo lo contrario, estoy tratando de tirar del hilo del arte que no se distingue de lo social por sus resultados, sino que discute al interior de la sociedad con herramientas que esclarecen y corrompen lo socialmente naturalizado, lo obvio. Esto nos enseña Mariana y nos invita a levantar la vara después de haberse tomado el trabajo artístico de cotejar partes de la historia. Todos sus movimientos parecen apostar a la tesis de Theodor Adorno, que también subía la vara en 1969: “El arte es la antítesis social de la sociedad”.

La anécdota como género discursivo y material del arte es fundamental para Mariana. En algún momento tenía una sección en El Flasherito donde las compilaba. En Museo proliferan desde varios costados. En el trabajo con la encuesta impulsada por Rojas la anécdota es indispensable y cobra un protagonismo trascendente al cumplir ya no el papel de viñeta sino de fuente del saber comunitario. Lo que pasa es que Rojas nunca diría que lo que se recopilan son anécdotas. Es más, en una entrevista que le hicieron en 1930, una de las pocas que se conservan, dice que “es un error querer medir la acción histórica por las anécdotas del día”. La investigación de Mariana es una manera de decirle tenés razón en parte Ricardo, estoy de acuerdo con no tomarnos en serio lo pasajero de algo que sucede un día y se olvida. Pero justamente, las de la encuesta son anécdotas inolvidables, a las que vos llamás folklore o leyenda. No dejan de ser las anécdotas que se cultivan en un lugar como una estructura, un sentimiento o un monumento oral a sucesos inolvidables. El riesgo de los expedientes, así como estaban, era el olvido. Yo intenté que interrogándolos revivan.

La desorganización del tiempo en un espacio concreto, en una época determinada tan triste y tan paradójicamente indeterminada como la que acaba de empezar mientras escribo este ensayo, es una forma social. Es una acción artística que no busca respuestas conclusivas, ni siquiera conjeturales. Mariana se puso a leer para recrear una oralidad enfriada en el papel y de esa manera valorar lo que no termina instituido en el arte:
“Mi sensación cuando exploraba este material o mi temor era que lo que escuchara fuera o bien una especie de murmullo o lo que acaso sea peor: el silencio. Ahora entiendo que esas cosas, el murmullo y el silencio, son las zonas que potencian el texto. A través del arte se puede sugerir que tal vez no haya nada que decir, más que permanecer, estar cuerpo a cuerpo con el material, transmitir una experiencia” El arte podría ser para Mariana lo que se le pasa a la historia y a la crítica. El arte no es lo que no se percibe, es lo que no se percibió. Como una maestra animista se mete en el pasado para ponerlo acá, para que se oiga. De ahí que mucho de su obra sea impalpable, sentimental, producto del cruce entre su curiosidad y la del otro.