"Los Mareados" está conformada por una trilogía de artistas que componen, cada uno de ellos, un movimiento único dentro de una sinfonía donde deben coexistir las particularidades para sonar al unísono como un todo coherente. Materia y espacio son conceptos centrales en las búsquedas de los artistas, ejes constructivos de un relato complejo donde desde el volumen, la luz, el color, las texturas e impacto espacial general de las instalaciones, las esculturas, y lo bidimensional de las telas trabajadas con óleo, el espectador se acerca a universos heterogéneos desde lo estético y lo conceptual pero que sin embargo, logran integrarse escoltados por un criterio curatorial que logra destacar los vínculos latentes e invisibles a la mirada “a vuelo de pájaro”, demandando atención y reflexiones extraordinarias frente a un conjunto de trabajos que desafían las lecturas comunes.
La obra de Leonardo Damonte representa a la luz en función de la materia y el espacio. Su obra en general marca la persistencia de las instalaciones lumínicas, los contrastes cromáticos, las composiciones extravagantes, monumentales, generadoras de espacios donde conviven objetos de materialidades y naturalezas tan diversas como complementarias y que en la obra “Dispositivo de dialogo 1.” Figuraciones contradictorias en tres ficciones y algunas variables (2020) pone de manifiesto no solamente ese despliegue característico de los recursos plásticos y visuales propios del artista, sino que propone una inversión de los roles: si bien la presencia del color y el juego de contrastes entre los elementos sigue presente, no es ahora esa uniformidad la que integra la obra sino que el protagonismo está liderado por la materia. En este trabajo, la escenificación, el montaje y ensamblaje de las partes homologadas en sus diferencias, determinan compositivamente el resultado final. La luz juega aquí un rol fundamental al visibilizar individualidades y enfatizar antagonismos, pero el acento está puesto en la articulación de los elementos constitutivos entre sí y de éstos en el espacio que los contiene y, ulteriormente, en su relación con el espectador que lo transita. A partir de una estructura central que opera como eje central, se desencadena una sucesión de diálogos y asociaciones sin privilegios ni jerarquías sino por motivos que, tal como marca el artista, se relacionan “por alusión, por referencia poética o por vínculos físicos y entre estos a su vez dialogan por similitud formal, por contraste, o por cercanía”. Distribuida entonces una sola línea, la instalación escultórica organiza un espacio en su entorno, marcando una lógica propia desde la esencia de su composición y su presencia formal, irradiando de manera centrífuga su energía hacia el exterior, llevando al espectador a generar un proceso de decodificación para acceder a algunos de esos diálogos propuestos por el artista, para así integrarlos con el propio discurso del receptor.
La simpleza de lo cotidiano en clave pictórica, atravesada por una suerte de simulación al óleo de la inmediatez material que nos rodea, define en parte la obra de Mariana Lopez, quien parece entender a la perfección que el arte es un desafío permanente a los sentidos, poniendo en jaque los criterios de verdad, desdibujando cualquier límite entre ficciones y realidades y dejando evidencia que todo lo aparentemente certero no es más que el producto de un artilugio, de una ilusión. La artista compone estructuras integradas por unidades simuladas; en este caso construye vagones de un tren a partir de la articulación de unidades de madera cuya superficie está pintada recreando la propia materialidad de la materia que representa: la madera. Como una cinta de moebius que contiene en sí misma un principio y un fin que se retroalimentan sin poder definir dónde comienza uno y finaliza el otro, la artista desafía la mirada curiosa cuando propone el contraste entre el ser y el parecer, sumando a la destreza plástica de la pintura ilusionista, la presencia de objetos fabricados a partir del moldeado de lienzos pintados. Siguiendo esta lectura que pone en crisis las categorizaciones y compartimentos estancos, su obra no admite una definición unívoca tal como "pintura o escultura", sino que demanda un trabajo reflexivo donde la artista se propone recrear una suerte de inventario de objetos que no son otra cosa que representaciones, ficciones, de cosas interpretadas a través del óleo sobre tela, estructuras blandas que se vinculan en un movimiento recurrente planteado a partir de un Proyecto Tren. Dice la artista: "Los vagones de madera pintada están todo el tiempo en movimiento en un circuito circular de vías, como está en movimiento permanente la vida de cada persona: es de alguna manera el tren de la vida y su andar es como el ajetreo de una biografía con los objetos que le dan un carácter concreto y material. Además, ese mundo pictórico está habitado por elementos singulares percibidos de manera minuciosa. Son detalles que conducen a otros detalles, de lo particular a lo particular. Es una abducción hacia otro mundo". El movimiento circular generado por la multiplicidad de elementos que integran las vagonetas que se desplazan, reafirma ese continuo devenir apelando a un trompe l´oeil pictórico que señala, metafóricamente, el transcurrir de la vida misma de cada ser humano como individualidad dentro de una unidad integradora que avanza y retrocede en la rueda nietzscheana del eterno retorno.
Se completa la trilogía con la obra de Cecilia Méndez Casariego, quien irrumpe en la sala con la presencia monumental de sus esculturas. La contundencia del volumen se hace evidente en piezas que plantean un contraste visual impactante porque las majestuosas dimensiones compensan su aparente peso con una materialidad que las hace etéreas, sutiles, cuasi volátiles en su blanco inmaculado, en su minimalismo de exuberante fragilidad. Como una suerte de puesta en escena teatral, los cuerpos encarnan espíritus y personalidades desconocidas, personajes sin rostro observados en su transitar, en su hacer, en su transcurrir. Es a partir de esa observación detenida del otro, de sus rasgos, gestos, posturas, lenguaje físico único e irrepetible de cada individuo, que la artista elabora un repertorio de personajes con características comunes, universales pero con motivaciones peculiares que la inspiraron para buscar en ellos “patrones atemporales de seres humanos”. Una obra que elabora un relato que solamente se puede construir a partir de una profunda comunión, paciente y dedicada para el reconocimiento de los modelos, de las personas y, únicamente a partir de ese reconocimiento de las individualidades, entregarse a generar una respuesta material que responda a esa vibración interna que dicta su creatividad. Un trabajo que requiere de introspección y mucha sensibilidad para encontrar el material apropiado para embestir a los enormes volúmenes de un carácter volátil, efímero, cambiante y etéreo, típico de las percepciones propias y ajenas. Es el algodón un material que condensa esa permeabilidad, apertura y disposición al cambio y a la adaptabilidad pero también se presenta como un elemento noble, materia prima que asiste al ser humano cuidándolo, protegiéndolo como una epidermis sanadora la cual, muchas veces, brinda mayor seguridad, con su sola presencia, que la propia piel. Una vez más, la metáfora invita a la reflexión. Cuerpos que si estuviesen representados en mármol, piedra o alguna otra materialidad densa, pesada, sólida, obligaría a reformular todo el sentido de la propuesta de la artista. Porque la clave no radica solamente en el volumen de las piezas o la blancura que todo lo amalgama sino en una meditación sobre la fragilidad de los cuerpos, sobre la necesidad de capullos protectores por sobre las apariencias, porque el peso visual no es equivalente a la carga simbólica de las obras. No es necesario que sean esculturas inamovibles y estoicas sino por el contrario, es en su condición y capacidad para desplazarse, moverse, relacionarse entre ellas, es en su levedad, donde radica la fuerza de aquello que no necesita demasiado para ser suficiente.
Por supuesto que no se le escapa a “Los Mareados”, un guiño, al menos en su nombre, a uno de los tangos más reconocidos y deliciosos de todos los tiempos, obra del compositor Juan Carlos Cobián y el poeta Enrique Cadícamo. Y me quedo con una parte de la estrofa final de esta pieza magistral donde reza " Tres cosas lleva mi alma herida: amor... pesar... dolor...Hoy vas a entrar en mi pasado y hoy nuevas sendas tomaremos...". Porque en esta frase se resumen muchas de las emociones que atraviesan al artista frente a su obra, pasiones encontradas, amores, penas y dolor, todo ensamblado para provocar un tsunami creativo que culmina en piezas que, un día, hay que soltar y dejar ir, someterlas a la mirada del otro, al debate, al pensamiento ajeno que las indaga. Nuevos caminos aparecen de manera permanente y no necesariamente menos vertiginosa, pero el arte nos da la posibilidad de sentir y sublimar aquello que la realidad nos impone violentamente. Mareados y enloquecidos, así es como busca provocarnos Sergio Bazan en “Los Mareados”, una pieza de arte que nos ofrece un terreno repleto de contradicciones pero donde la certeza radica en que todo cuanto experimentamos, de alguna u otra manera, modifica y enriquece nuestras vidas.
Lic. María Carolina Baulo, Febrero 2020